Un argentino sencillo, modesto, que paseó su destreza con la pelota por las canchas bolivianas en Blooming y Oriente. Destacó en una época en la que abundaban grandes mediocampistas con la “10” en la espalda

4 de julio de 2022, 22:56 PM
4 de julio de 2022, 22:56 PM

Carlos Enrique Huguenet es un argentino que marcó época en Blooming y dejó un buen recuerdo en Oriente Petrolero. No es uno más de la larga lista de extranjeros que llegaron a esta tierra. Al contrario, tiene un lugar entre los más destacados de todos los tiempos.

 
¿Quién no disfrutó del fútbol de Lalo Huguenet?
Es uno de los artífices del gran cambio que experimentó Blooming a mediados de los años 70. Junto a Daniel Castro, otro argentino, su socio dentro de la cancha, le dieron a la academia mayor popularidad en su regreso a los primeros planos tras su primera dura experiencia en el descenso.

“Blooming fue una explosión. Hay una foto en la que la tribuna de preferencia tenía un ochenta por ciento de mujeres, era impresionante. Se agotaban los fuegos artificiales”, recuerda ese otrora mediocampista bajito, de gambeta corta hacia adelante, que apilaba rivales y aguantaba la marca intimidante de los cancerberos de la época.

Hoy, el viernes último en realidad, está sentado frente a nosotros contando su historia, gracias a las redes sociales que permitieron rastrearlo y dar con su paradero después de varias décadas.

Muchos se preguntaban, ¿qué será la vida de Huguenet?, lo comprobamos varias veces. Y ahí está él, tomando un café, acompañado de su hijo Carlos, quien colaboró para que esta nota sea posible.

Huguenet llegó en 1976 a una ciudad “amable” que le abría las puertas al visitante y le brindó la posibilidad de escribir su historia en el fútbol, además de empezar una nueva etapa en la vida. Tenía 23 años cuando el recordado pisó tierra boliviana.

Tenía que ir a Colombia y acabó en Bolivia. A principios de febrero, lo llama Mario Glinocenti a una reunión en la que estaban Adalino Bazán y Chingolo Serrate, “vienen de Bolivia”. 

“A Bolivia no voy”, recuerda que se dijo a sí mismo. Los dirigentes bolivianos le dicen que ya habían contratado a Daniel Castro, de Gimnasia y Esgrima de La Plata - a quien no conocía-, y lo convencen asegurándole que le iba a gustar Santa Cruz, que Blooming es el equipo ‘paquete’ (de la alcurnia) y que había lindas peladas … (se ríe). 

Dijo que sí, con la condición de que si en junio había la posibilidad de volver al fútbol argentino, lo dejaran ir. Y emprendió viaje. 

“Me contrataron, me dieron unos dólares…en mi vida había visto un dólar ni había viajado en avión. Bazán me dicen, en la primera parada, te bajas, si no, te vas a La Paz. El avión hacía escala en Santa Cruz. En El Trompillo me estaba esperando Daniel, a quien me lo habían presentado una semana antes en Buenos Aires”.

Empezaba la época de “Huguenet y su ballet”, según la naciente hinchada celeste que se organizaba en la tribuna de Preferencia, que empezaba a hacerse notar y anunciaba su presencia en el estadio con el ulular de una sirena que aún se escucha.

Entre Huguenet, Castro y compañía (el flaco Frey, los Albacetti, Mamerto Gómez, Vaca Pereyra, Cuchuqui Valverde, Happy Peredo) hicieron olvidar rápido ese momento amargo del polémico descenso de 1974, que acabó con jugadores y equipos sancionados por una supuesta confabulación.

Era tal la influencia, que los diarios de la época decían que de Castro y Huguenet, Blooming vivía. Castro era el socio ideal en la cancha y un hermano que le dio la vida, según lo define el propio Lalo.

“Daniel Castro llegó una semana antes. Había caído de pie, le hizo un gol de tiro libre a Guabirá en el debut; ya se hablaba de él, además la pinta que tenía….Pegamos mucha onda. Llegué el día del corso de carnaval…me perdí en Los Pozos. El primer día de entrenamiento apareció el flaco Frey, un amigazo. Castro me preguntaba cómo era mi juego, yo le decía que se quede tranquilo, que le iba a pasar la pelota”, rememora.

Santa Cruz le abrió sus puertas, no le faltaban invitaciones a tomar café con cuñapé, “conocí como cuatrocientas casas”, y dejó de extrañar su país. Era una ciudad amable, como la define Lalo, que empezaba a crecer. Poco a poco fue sintiéndose “como en familia, con los Frías, los Aspiazu…”, a tal punto que cuando iba de vacaciones a Buenos Aires quería regresar cuanto antes a Santa Cruz.

“Extrañaba mucho al principio. Don Ulises (Casanova, presidente del club), me dio permiso para ir a ver a mi familia. Después fue Bazán a buscarme. Cuando regresé, empecé a integrarme más y todo cambió”.

Blooming tomaba otro rumbo. Era protagonista en el Nacional, el Integrado y después lo sería en la Liga del Fútbol Profesional, que se crearía al año siguiente de la llegada del argentino.

“El envión del equipo ayudó. Llegó Mamerto (Gómez), Rubino, Zitella (que se fue al poco tiempo), los Albacetti, y se armó un equipito importante. Al comienzo, los dirigentes, toda gente buena, nos pedían no descender. Después era un equipo respetado, molestaba; algunos hinchas de otros equipos le querían pegar a Daniel porque les ganábamos”.

Tiempo de efervescencia en el fútbol cruceño y crecimiento de la rivalidad entre Blooming y Oriente. Anécdotas por doquier en la memoria de Lalo Huguenet que disfruta recordándolas.

“Oriente trajo a (Eduardo) Porcari cuando se fue Capielo. Era argentino, un loco, parecía un Gurka. Tomaba mate con nosotros en el hotel. Antes del clásico, le decía a Daniel, ‘quédate tranquilo. Te voy a raspar, pero quédate tranquilo’. En la primera jugada le metió un cabezazo y lo dejó nocaut. Un cínico”.

Oriente pasó de rival a ser su equipo. A principios de 1980 cruza la vereda después de tres clásicos de infarto que definían el pase a la final. Ganó y se llevó a Huguenet para jugar la Copa Libertadores de América.

“Tito Paz me dejó ir sin problemas, aunque alguno, en broma, me decía “traidor”, como José Ernesto Zambrana. Teníamos un equipazo en Oriente, ganábamos por goleada en los amistosos de preparación, pero les dio hepatitis a Jorge Campos y Mazinho, se lesionaron otros, Chichi Romero se fue a Quilmes, y nos afectó”, cuenta Lalo de su paso por el refinero.

Destacó ante Nacional y Defensor de Uruguay pese a la floja campaña albiverde, despertando el interés del campeón rioplatense que acabó ganando la Libertadores. En el plantel oriental lo perjudicó la división que había en el grupo pese al apoyo que le daban los referentes.

“Era insoportable, no me daban la pelota. Yo no tengo un carácter de chocar, cuando las cosas están así, me voy. Los jugadores viejos, que habían jugado en Europa, Espárrago, Cacho Blanco, Lolo Morales, me entendían, pero era un plantel dividido”, cuenta de su experiencia uruguaya.

Estuvo siete meses y volvió el 1981. Lo buscaron Oriente y Blooming, y se decidió por el albiverde, por seguridad económica (“Yacimientos aportaba, nunca faltaba el sueldo”), además había dejado varios amigos. Eso le cerraría las puertas de la academia para siempre. 

En 1982 aceptó ir a The Strongest tentando por la posibilidad de jugar la Copa Libertadores ante Boca y River. Hoy considera un error no haberse quedado en Oriente donde había encontrado buen trato, buenos dirigentes.
Cuando le tocó enfrentar a Oriente, visitó a los amigos y recibió una reta de Dicky Roca. 

“Tenías que haberte quedado, me dijo. Habían armado un equipazo con Baldessari, el Mono Quiroga, Cacho Luñiz…”


“Llegué a La Paz y pensé,’ qué fácil es jugar aquí’, porque hice varios goles, pero después fue distinto. Me decían cuidado con la camarilla, Fontana, Galarza, te metían miedo, pero eran unos fenómenos, unos pibes bárbaros. Había un respeto. Al mes me empecé a caer, me afectó mucho la altura. Nunca pude recuperar mi peso, siempre estaba con uno o dos kilos menos. Fue un error haber tomado la decisión de jugar en The Strongest”.

Después, algunos allegados a Blooming querían que vuelva, incluso se harían cargo de la parte económica, pero los que mandaban le bajaron el pulgar

En Oriente tampoco había caído bien que decidiera ir al Tigre. “Se sintieron como traicionados en ambos clubes”, reconoce.

Un paso fugaz por Real Santa Cruz marcó el final de su carrera. Tenía apenas 31 años.

“Estaba Luis Terán, al que había tenido en Oriente, era buen tipo, sano, pero le gustaba la marca hombre a hombre…y le dije, ‘profe, usted está equivocado, tiene el fútbol paraguayo metido en la cabeza’…”, y se fue para siempre de las canchas. 

Después de eso, desapareció del fútbol. Se fue a la Argentina. Vive allá y regresa a ver a sus hijos y nietos. Tuvo un par de esos tradicionales puestos de venta de diarios y revistas en Buenos Aires. Se dedicó un tiempo al engorde de ganado. Hoy es un jubilado más.

“El fútbol me gustaba más jugarlo que verlo. Pero volví para verlo a Milton (Melgar) en Boca, un jugadorazo. Hoy sigo a Messi. Por él volví a ver los partidos completos. Antes, miraba diez minutos y me aburría. Me identifico mucho con él, como jugador y como persona; no hace lío, callado. Lo admiro profundamente”.

También se declara admirador del fútbol brasileño y de Pelé, “mi ídolo, un crack en un cuerpo de atleta. El brasileño juega diferente, es más relajado, y encara, para mí el fútbol es encarar, se los decía siempre a mis compañeros”. 

¿Blooming u Oriente? “Los dos, tengo amigos en los lados, fui bien tratado en ambos equipos, me gustó jugar en los dos. Blooming quizá sea diferente porque por ellos conocí Bolivia”, explica Lalo.

¿Jugadores de mi época? “Los que nombran todos: Messa, Chichi (Romero), Milton (Melgar), Góngora buen jugador, Reynaldo, Aragonés, en la Paz nos hacía un desastre; Lugo. Pobres, nunca nombramos defensores, jaja. Siempre delanteros o mediocampistas”.

¿Adversarios? “No entro a jugar, entro a sufrir, siempre tengo un camba en la espalda, les decía en broma a mis compañeros. Chichi (Romero) los definía de otra manera, decía ‘son coñeras’. 

El más bravo era el flaco Espinoza, Angulo, también Cristaldo de Guabirá, Delfín Barba y Bernardino Vargas…mamáaa. 

Pero había árbitros que te ayudan, por ejemplo Jorge Antequera, que era un fenómeno, a los gauchos nos hablaba en ‘argentino’ y a los brasileños en portugués. Antequera me decía, “quedate tranquilo” y a los marcadores los advertía, ‘a la primera, te echo’. Me divertía”.

Los amigos del fútbol. Daniel Castro. “Un hermano. Lo perdí. Después me llamó, hablamos, yo tenía unos problemas familiares, no tenía ánimo, no quería recordar nada; quedé mal con él, sinceramente. Con Happy (Peredo) tampoco hablé”.

El ruso Raúl Eduardo Navarro es de los pocos ex compañeros con los que se ve de tanto en tanto, y también con Milton Melgar, que es el propietario de la escuela de fútbol a la que va uno de sus nietos.

Un jugador de potrero, el de las canchitas de barrio que pasó por Independiente de Avellaneda con la ilusión de ser futbolista profesional, que luego se fue al Sportivo Dock Sud, tradicional de la zona, y acabó jugando en Santa Cruz de la Sierra.

Hoy es jubilado y vive feliz, cerca de sus hijos y sus nietos. “Soy pensionado, una vida recontra  modesta, no necesito mucho”. Sencillo y modesto. Un hombre poco común.